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Enrique IV de Castilla, el quinto Trastámara en el trono de Castilla y León (1453-1474) es, sin lugar a duda, el soberano más polémico y discutido de la dinastía. Su reinado cierra el periodo bajo medieval, con el inicio de la monarquía reforzada de Isabel y Fernando, después de una guerra civil motivada por la cuestión sucesoria. Es de sobra conocida la obra de don Gregorio Marañón Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo, de 1930, en la que se estudia la compleja personalidad del rey y sus peculiaridades morales y físicas. En esta obra de 1912 del menorquín Juan Blas Sitges se va más allá, pues se ofrece una visión global del turbulento reinado de Enrique, y de los avatares sufridos por su única hija tras la muerte de su padre. La figura de doña Juana de Castilla, tan menospreciada, es objeto de una especial atención por Sitges, que entiende que, legal y dinásticamente, era la legítima sucesora de su padre. Convertida en víctima de las ambiciones de la alta nobleza, representada por el marqués de Villena y el arzobispo de Toledo Carrillo, no pudo triunfar frente a la sagacidad política de su tía Isabel, aunque demostró entereza y dignidad en la desgracia de su exilio en Portugal.

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